Faltaban diez minutos para que dieran las doce de la mañana en el reloj. Llevaba esperando ese día desde hacía cuatro largos años, cuando el mejor de sus sueños se convirtió en pesadilla…
Se había casado diez años atrás, muy enamorada, con un chico de clase alta. Desde un primer momento, contó con la oposición de la familia de él, ya que ella era una simple cajera en un supermercado, por lo tanto un estatus y nivel social muy diferente al de ellos. Aún así, lucharon contra viento y marea y, tras ocho meses de noviazgo, contrajeron matrimonio. Los primeros tres años fueron maravillosos, después quedó embarazada y todo cambió. Fueron meses complicados en los que ella tuvo que guardar reposo ya que corría el riesgo de perder al bebé. Por fortuna, el niño nació sanito y sin ninguna complicación.
Sara se sentía muy feliz y no podía comprender el carácter agrio de su marido. Se pasaba horas y horas fuera de casa, y cuando regresaba, lo hacía bajo los efectos del alcohol, y terminaba durmiendo en el despacho con alguna vaga excusa. La situación, día a día, empeoraba…
Una noche, ella dormía profundamente. El bebé se despertó llorando, y tardó unos instantes en desperezarse, ponerse una bata y sus zapatillas. Fue hacia la habitación de su pequeño. Su marido estaba ya allí con él en brazos, zarandeándolo para que callara. Sara se asustó al ver como lo estaba tratando. Sus facciones eran duras, en sus ojos había ira, no quedaba nada del hombre dulce y tierno que en su día la enamoró, era un completo desconocido… Intentó quitarle al niño de los brazos, pero él, de forma violenta, volteó la mano y le golpeó haciéndole caer al suelo. Llorando, le suplicaba que soltara a su hijo, cosa que él finalmente hizo y… se marchó.
A la mañana siguiente, mirándose al espejo, descubrió un moratón en su cara e intentó disimularlo con un poco de pintura. Después de terminar de arreglarse, se fue a la cocina para preparar el desayuno. Mientras lo hacía, se sobresaltó al sentir la respiración de su marido en la nuca…
-Perdóname cariño, tuve un mal día ayer. Un negocio importante en el que he invertido mucho dinero se ha venido abajo y no se puede hacer nada….Me exalté mucho, me puse muy nervioso, discúlpame mi amor, no volverá a ocurrir – le dijo, mientras acariciaba su cuello.
Sara se giró buscando los brazos de su esposo para refugiarse en ellos. Su mayor error fue no mirarle sus ojos, su cara, su expresión de satisfacción… de triunfo… Besándola, se despidió hasta la noche, ya que al mediodía tenia una comida con un cliente.
La mañana se le pasó volando, estuvo haciendo las tareas del hogar. Bien entrada la tarde, le dio un pellizco el estómago, se había olvidado de comer. Se preparó un sándwich y se sirvió un vaso de zumo, pero apenas tomó nada. Una sensación extraña recorría todo su cuerpo. Supuso que eran nervios debido a lo sucedido en la noche anterior. Decidió dejar de pensar, se arregló, preparó a su hijo, y se fue de compras.
Al salir de unos grandes almacenes, se encontró con una amiga que hacia años no veía, estuvieron tomándose una coca cola, hablando de sus vidas, de su última cena con excompañeros del supermercado… quedaron en volver a verse. Mientras se dirigía al parking, para recoger su coche, iba pensando que desde que se casó, había dejado de tener vida social, perdiendo casi todo contacto con sus amigos, dedicándose por completo a su pareja, no porque nadie la hubiera obligado, si no porque ella lo decidió así… Al llegar, vio el coche de su marido en el porche y a él en la entrada…
-Hola cariño, te esperaba más tarde, ayúdame con las bolsas, mientras yo voy a por el peq…
No pudo terminar la frase, él, cogiéndola con fuerza del brazo, la obligó a entrar en casa, la llevó hacía el salón y, dándole un puñetazo, la tiró al suelo…
-¿Dónde has estado toda la tarde, maldita zorra? Llevo dos horas esperándote – le gritó, golpeándole una y otra vez.
Sara intentó zafarse, luchó con las pocas fuerzas que tenía para quitárselo de encima, pero era imposible, no la dejaba moverse. Intentó pedir auxilio, pero se encontró con la palma de la mano de su marido, aplastándole la nariz y la boca sin dejarla ni siquiera respirar, mientras con la otra mano, le destrozaba la blusa, le subía la falda y le arrancaba sus bragas, para después, una vez desabrochado el pantalón, embestirla brutalmente, cómo si de un animal se trátase…Sintió cómo le quemaba la piel, cómo todo su cuerpo se iba entumeciendo, decidió abandonarse a su suerte, rendirse…, pero al girar la cabeza… lo vio… cerca de ella estaba el atizador de la chimenea, si conseguía estirarse un poco, podría alcanzarlo…
Con mucha decisión, aunque sin fuerzas, logró cogerlo. Cuando su marido se dio cuenta, ya era tarde, se lo había clavado, le había atravesado desde la espalda al pecho. Todo el peso de su cuerpo inerte cayó al lado del de ella. Sin apenas poder moverse, sólo pensaba en una cosa, su hijo, su hijo estaba en el coche, tenia que ir a por él…
El niño lloraba en brazos de una vecina que había acudido desde el otro lado de la calle, alertada por el forcejeo que ambos habían mantenido en la casa, y que había podido ver casualmente al sacar la basura.
Sara salió aturdida, tambaleándose, sintiéndose ultrajada aunque aliviada, con el único objetivo de recuperar a su bebé.
-Cielo… ¿estás bien? No cojas al niño…así. Estás llena de sangre. –Dijo su vecina intuyendo los hechos que se había producido en el salón de la casa.
Sara se dio cuenta de su aspecto. La blusa, hecha jirones, dejaba ver sus pechos manchados por la tragedia. Aquel olor metálico que impregnaba su cuerpo jamás abandonaría su cerebro. Pensó en su bebé y se derrumbó…sentándose sobre las escaleras del porche, llorando, tapándose la cara con aquellas manos llenas de sangre, adquiriendo un aspecto grotesco al irse esparciendo por su rostro, mezclándose con las lágrimas que fluían incontenibles por sus mejillas
-No te preocupes… He oído como te ha gritado… He visto como te golpeaba a través de la ventana del salón. Mi marido ha llamado a la policía. Todo saldrá bien.- Le intentaba tranquilizar su vecina, mientras arrullaba al bebé que había dejado de llorar.
El reloj corría tan despacio que ella parecía empujar con la mirada el segundero. Aquellos diez minutos que faltaban para recuperar su libertad, pasaban lentamente. Las imágenes de aquellos cuatro largos años en prisión, alejada de su hijo, con esporádicas visitas de unos pocos familiares y amigos, discurrían ante ella como si de una pesadilla se tratara.
El maldito dinero, el poder de la familia de aquel…monstruo, ella ya no le veía como su esposo, aquella persona de la que se enamorara perdidamente. Desde su detención, pasando por el juicio, y su estancia en la cárcel…todo había seguido un plan perfectamente trazado. Como pudo aquel jurado culparla de la muerte de su marido, si lo único que había hecho había sido defenderse de una violación que estaba siendo consumada.
Abogados…malditos abogados comprados por unas monedas. Judas envueltos en trajes caros…que lograban sacar lo que querían de los testimonios de la gente normal.
Su vecina, aquella pobre mujer, que había testificado a su favor, ridiculizada y desacreditada públicamente porque en su juventud había sido detenida en una manifestación, privada de toda credibilidad, porque había fumado marihuana durante aquellos días de alocada juventud. Defensa propia transformada en homicidio involuntario. Luego…aquella malinterpretada despedida de Miguel, antiguo compañero y amigo del supermercado, convertida en infidelidad consumada. Finalmente…el fallo del jurado…condenándole a prisión, perdiendo la custodia del niño, que quedaba adjudicada a los abuelos paternos…No quedaba nada más por arrebatarle. Su matrimonio le había robado cruelmente sus sueños, sueños de amor y esperanza, sueños de madre, sueños de felicidad.
-Y… ¿ahora qué?…-Se preguntaba, como se había preguntado durante aquellos cuatro interminables años esperando la libertad condicional, en los que ni un solo día dejó de pensar en abandonarse, en acabar con aquel suplicio; en los que ni un solo día dejó de pensar finalmente que tenía que seguir adelante por su bebé…que ahora debía ser un niño precioso; en los que ni un solo día dejó de pensar en las lágrimas derramadas por su amigo Miguel, tras el cristal del locutorio, arrepintiéndose de haberle dado aquel abrazo y aquellos besos inocentes, despidiéndose tras una cena en la que él había tomado una copa de más, y ella le había acercado a casa, que habían ayudado de manera cruel y malintencionada a condenarla.
El reloj dio las doce. Recogió sus enseres, metiéndolos en la bolsa de viaje azul oscura que llevará cuatro años atrás, e hizo acopio de toda la dignidad que le quedaba, para salir de allí con la cabeza bien alta, con el orgullo de saberse en cierto modo vencedora.
Se giró para despedirse de los muros que recordaría el resto de sus días. La puerta se cerró tras ella… La explanada del aparcamiento, frente a la cárcel, estaba vacía. Solamente un coche aparcado…y Miguel, que se le acercaba despacio y emocionado.
-Hola Sara…Pensé que necesitarías quien te llevara a casa.-Dijo él nervioso y torpe, pero sonriendo.
-Miguel, no hay casa, no hay nada, no tengo nada, me lo han arrebatado todo. –Respondió ella dejando la bolsa en el suelo, sentándose sobre ella –Vete cielo, te agradezco que hayas venido, pero vete. Cogeré el primer autobús que pase.
-De eso nada. Podrás quedarte en mi casa el tiempo que quieras.-Dijo él serio, cogiéndole las manos y levantándola con ímpetu
Ella se sorprendió de la determinación con la que él le había tratado. Sus cuerpos quedaron cerca, muy cerca, con sus manos unidas. Sus ojos se encontraron…Y ella se abrazó a él. Miguel la apretó contra sí, intentando darle cariño y cobijo, algo que, sin saberlo, había hecho con sus visitas y sus decenas de cartas de ánimo escritas durante aquellos largos cuatro años.
-Vamos…ya pensaremos en algo, sin prisas. –Dijo tirando de ella y cogiendo su bolsa azul marino.
Fueron acercándose al coche. Sara percibió un movimiento en su interior. La puerta del copiloto se abrió y salió una mujer elegante, aunque austera en su vestimenta. Algo se quebró en su interior, aquello no podía haber pasado, sentía algo por Miguel…y él había ido a buscarla con su pareja.
Miguel hizo las presentaciones…mientras ella esperaba apesadumbrada un poco más destrozada por dentro, sin poder reaccionar, sin capacidad para salir corriendo, que era lo que su corazón le pedía.
-Judith, Sara…Sara, Judith…
-Encantada, -dijo como un autómata, esbozando una mueca que no llegó a convertirse en sonrisa porque se sintió muy mal.
Judith percibió la tensión del momento y zanjó la cuestión, buscando la comodidad de Sara.
-Un placer Sara… Miguel me ha contratado. Soy tu nueva abogada…Tenemos muchas posibilidades…pelearemos por la custodia del niño.
Sara se giró con lágrimas en los ojos hacia un sorprendido Miguel, que no se había enterado de que Judith había comenzado su trabajo de la mejor manera posible…Sara se abrazó a él, sorprendiéndole, cuando buscó sus labios con ternura y sinceridad.
-Vaya…-Dijo él
-Ahora que interpreten lo que les de la gana. –Dijo ella pensando en el falso montaje que ayudó a condenarla, volviéndole a besar, esta vez apasionadamente, mientras Judith volvía al coche dejándoles en la intimidad del descampado aparcamiento de la cárcel.
Gara&Calvarian