lunes, 22 de febrero de 2010

Sueños rotos.




Faltaban diez minutos para que dieran las doce de la mañana en el reloj. Llevaba esperando ese día desde hacía cuatro largos años, cuando el mejor de sus sueños se convirtió en pesadilla…
Se había casado diez años atrás, muy enamorada, con un chico de clase alta. Desde un primer momento, contó con la oposición de la familia de él, ya que ella era una simple cajera en un supermercado, por lo tanto un estatus y nivel social muy diferente al de ellos. Aún así, lucharon contra viento y marea y, tras ocho meses de noviazgo, contrajeron matrimonio. Los primeros tres años fueron maravillosos, después quedó embarazada y todo cambió. Fueron meses complicados en los que ella tuvo que guardar reposo ya que corría el riesgo de perder al bebé. Por fortuna, el niño nació sanito y sin ninguna complicación.
Sara se sentía muy feliz y no podía comprender el carácter agrio de su marido. Se pasaba horas y horas fuera de casa, y cuando regresaba, lo hacía bajo los efectos del alcohol, y terminaba durmiendo en el despacho con alguna vaga excusa. La situación, día a día, empeoraba…
Una noche, ella dormía profundamente. El bebé se despertó llorando, y tardó unos instantes en desperezarse, ponerse una bata y sus zapatillas. Fue hacia la habitación de su pequeño. Su marido estaba ya allí con él en brazos, zarandeándolo para que callara. Sara se asustó al ver como lo estaba tratando. Sus facciones eran duras, en sus ojos había ira, no quedaba nada del hombre dulce y tierno que en su día la enamoró, era un completo desconocido… Intentó quitarle al niño de los brazos, pero él, de forma violenta, volteó la mano y le golpeó haciéndole caer al suelo. Llorando, le suplicaba que soltara a su hijo, cosa que él finalmente hizo y… se marchó.
A la mañana siguiente, mirándose al espejo, descubrió un moratón en su cara e intentó disimularlo con un poco de pintura. Después de terminar de arreglarse, se fue a la cocina para preparar el desayuno. Mientras lo hacía, se sobresaltó al sentir la respiración de su marido en la nuca…
-Perdóname cariño, tuve un mal día ayer. Un negocio importante en el que he invertido mucho dinero se ha venido abajo y no se puede hacer nada….Me exalté mucho, me puse muy nervioso, discúlpame mi amor, no volverá a ocurrir – le dijo, mientras acariciaba su cuello.
Sara se giró buscando los brazos de su esposo para refugiarse en ellos. Su mayor error fue no mirarle sus ojos, su cara, su expresión de satisfacción… de triunfo… Besándola, se despidió hasta la noche, ya que al mediodía tenia una comida con un cliente.
La mañana se le pasó volando, estuvo haciendo las tareas del hogar. Bien entrada la tarde, le dio un pellizco el estómago, se había olvidado de comer. Se preparó un sándwich y se sirvió un vaso de zumo, pero apenas tomó nada. Una sensación extraña recorría todo su cuerpo. Supuso que eran nervios debido a lo sucedido en la noche anterior. Decidió dejar de pensar, se arregló, preparó a su hijo, y se fue de compras.
Al salir de unos grandes almacenes, se encontró con una amiga que hacia años no veía, estuvieron tomándose una coca cola, hablando de sus vidas, de su última cena con excompañeros del supermercado… quedaron en volver a verse. Mientras se dirigía al parking, para recoger su coche, iba pensando que desde que se casó, había dejado de tener vida social, perdiendo casi todo contacto con sus amigos, dedicándose por completo a su pareja, no porque nadie la hubiera obligado, si no porque ella lo decidió así… Al llegar, vio el coche de su marido en el porche y a él en la entrada…
-Hola cariño, te esperaba más tarde, ayúdame con las bolsas, mientras yo voy a por el peq…
No pudo terminar la frase, él, cogiéndola con fuerza del brazo, la obligó a entrar en casa, la llevó hacía el salón y, dándole un puñetazo, la tiró al suelo…
-¿Dónde has estado toda la tarde, maldita zorra? Llevo dos horas esperándote – le gritó, golpeándole una y otra vez.
Sara intentó zafarse, luchó con las pocas fuerzas que tenía para quitárselo de encima, pero era imposible, no la dejaba moverse. Intentó pedir auxilio, pero se encontró con la palma de la mano de su marido, aplastándole la nariz y la boca sin dejarla ni siquiera respirar, mientras con la otra mano, le destrozaba la  blusa, le subía la falda y le arrancaba sus bragas, para después, una vez desabrochado el pantalón, embestirla brutalmente, cómo si de un animal se trátase…Sintió cómo le quemaba la piel, cómo todo su cuerpo se iba entumeciendo, decidió abandonarse a su suerte, rendirse…, pero al girar la cabeza… lo vio… cerca de ella estaba el atizador de la chimenea, si conseguía estirarse un poco, podría alcanzarlo…
Con mucha decisión, aunque sin fuerzas, logró cogerlo. Cuando su marido se dio cuenta, ya era tarde, se lo había clavado, le había atravesado desde la espalda al pecho. Todo el peso de su cuerpo inerte cayó al lado del de ella. Sin apenas poder moverse, sólo pensaba en una cosa, su hijo, su hijo estaba en el coche, tenia que ir a por él…
El niño lloraba en brazos de una vecina que había acudido desde el otro lado de la calle, alertada por el forcejeo que ambos habían mantenido en la casa, y que había podido ver casualmente al sacar la basura.
Sara salió aturdida, tambaleándose, sintiéndose ultrajada aunque aliviada, con el único objetivo de recuperar a su bebé.
-Cielo… ¿estás bien? No cojas al niño…así. Estás llena de sangre. –Dijo su vecina intuyendo los hechos que se había producido en el salón de la casa.
Sara se dio cuenta de su aspecto. La blusa, hecha jirones, dejaba ver sus pechos manchados por la tragedia. Aquel olor metálico que impregnaba su cuerpo jamás abandonaría su cerebro. Pensó en su bebé y se derrumbó…sentándose sobre las escaleras del porche, llorando, tapándose la cara con aquellas manos llenas de sangre, adquiriendo un aspecto grotesco al irse esparciendo por su rostro, mezclándose con las lágrimas que fluían incontenibles por sus mejillas
-No te preocupes… He oído como te ha gritado… He visto como te golpeaba a través de la ventana del salón. Mi marido ha llamado a la policía. Todo saldrá bien.- Le intentaba tranquilizar su vecina, mientras arrullaba al bebé que había dejado de llorar.
El reloj corría tan despacio que ella parecía empujar con la mirada el segundero. Aquellos diez minutos que faltaban para recuperar su libertad, pasaban lentamente. Las imágenes de aquellos cuatro largos años en prisión, alejada de su hijo, con esporádicas visitas de unos pocos familiares y amigos, discurrían ante ella como si de una pesadilla se tratara.
El maldito dinero, el poder de la familia de aquel…monstruo, ella ya no le veía como su esposo, aquella persona de la que se enamorara perdidamente. Desde su detención, pasando por el juicio, y su estancia en la cárcel…todo había seguido un plan perfectamente trazado.  Como pudo aquel jurado culparla de la muerte de su marido, si lo único que había hecho había sido defenderse de una violación que estaba siendo consumada.
Abogados…malditos abogados comprados por unas monedas. Judas envueltos en trajes caros…que lograban sacar lo que querían de los testimonios de la gente normal.
Su vecina, aquella pobre mujer, que había testificado a su favor, ridiculizada y desacreditada públicamente porque en su juventud había sido detenida en una manifestación, privada de toda credibilidad, porque había fumado marihuana durante aquellos días de alocada juventud. Defensa propia transformada en homicidio involuntario. Luego…aquella malinterpretada despedida de Miguel, antiguo compañero y amigo del supermercado, convertida en infidelidad consumada. Finalmente…el fallo del jurado…condenándole a prisión, perdiendo la custodia del niño, que quedaba adjudicada a los abuelos paternos…No quedaba nada más por arrebatarle. Su matrimonio le había robado cruelmente sus sueños, sueños de amor y esperanza, sueños de madre, sueños de felicidad.
-Y… ¿ahora qué?…-Se preguntaba, como se había preguntado durante aquellos cuatro interminables años esperando la libertad condicional, en los que ni un solo día dejó de pensar en abandonarse, en acabar con aquel suplicio; en los que ni un solo día dejó de pensar finalmente  que tenía que seguir adelante por su bebé…que ahora debía ser un niño precioso; en los que ni un solo día dejó de pensar en las lágrimas derramadas por su amigo Miguel, tras el cristal del locutorio, arrepintiéndose de haberle dado aquel abrazo y aquellos besos inocentes, despidiéndose tras una cena en la que él había tomado una copa de más, y ella le había acercado a casa, que habían ayudado de manera cruel y malintencionada  a condenarla.
El reloj dio las doce. Recogió sus enseres, metiéndolos en la bolsa de viaje azul oscura que llevará cuatro años atrás, e hizo acopio de toda la dignidad que le quedaba, para salir de allí con la cabeza bien alta, con el orgullo de saberse en cierto modo vencedora.
Se giró para despedirse de los muros que recordaría el resto de sus días. La puerta se cerró tras ella… La explanada del aparcamiento, frente a la cárcel, estaba vacía. Solamente un coche aparcado…y Miguel, que se le acercaba despacio y emocionado.
-Hola Sara…Pensé que necesitarías quien te llevara a casa.-Dijo él nervioso y torpe, pero sonriendo.
-Miguel, no hay casa, no hay nada, no tengo nada, me lo han arrebatado todo. –Respondió ella dejando la bolsa en el suelo, sentándose sobre ella –Vete cielo, te agradezco que hayas venido, pero vete. Cogeré el primer autobús que pase.
-De eso nada. Podrás quedarte en mi casa el tiempo que quieras.-Dijo él serio, cogiéndole las manos y levantándola con ímpetu
Ella se sorprendió de la determinación con la que él le había tratado. Sus cuerpos quedaron cerca, muy cerca, con sus manos unidas. Sus ojos se encontraron…Y ella se abrazó a él. Miguel la apretó contra sí, intentando darle cariño y cobijo, algo que, sin saberlo, había hecho con sus visitas y sus decenas de cartas de ánimo escritas durante aquellos largos cuatro años.
-Vamos…ya pensaremos en algo, sin prisas. –Dijo tirando de ella y cogiendo su bolsa azul marino.
Fueron acercándose al coche. Sara percibió un movimiento en su interior. La puerta del copiloto se abrió y salió una mujer elegante, aunque austera en su vestimenta. Algo se quebró en su interior, aquello no podía haber pasado, sentía algo por Miguel…y él había ido a buscarla con su pareja.
Miguel hizo las presentaciones…mientras ella esperaba apesadumbrada un poco más destrozada por dentro, sin poder reaccionar, sin capacidad para salir corriendo, que era lo que su corazón le pedía.
-Judith, Sara…Sara, Judith…
-Encantada, -dijo como un autómata, esbozando una mueca que no llegó a convertirse en sonrisa porque se sintió muy mal.
Judith percibió la tensión del momento y zanjó la cuestión, buscando la comodidad de Sara.
-Un placer Sara… Miguel me ha contratado. Soy tu nueva abogada…Tenemos muchas posibilidades…pelearemos por la custodia del niño.
Sara se giró con lágrimas en los ojos hacia un sorprendido Miguel, que no se había enterado de que Judith había comenzado su trabajo de la mejor manera posible…Sara se abrazó a él, sorprendiéndole, cuando buscó sus labios con ternura y sinceridad.
-Vaya…-Dijo él
-Ahora que interpreten lo que les de la gana. –Dijo ella pensando en el falso montaje que ayudó a condenarla, volviéndole a besar, esta vez apasionadamente, mientras Judith volvía al coche dejándoles en la intimidad del descampado aparcamiento de la cárcel.

Gara&Calvarian

lunes, 15 de febrero de 2010

Reencuentro doloroso.



Era  mediodía, la primavera despertó con fuerza tras el ahora lejano, frío y duro del invierno. Caminaba entre los aromas renovados de todas las bellas flores del parque de la ciudad, los árboles decorados de magníficos retoños me alegraban la vista y el olfato. Embriagado por tanta belleza y silencio solo roto por el trinar incesante de las aves, así como la hermosa y añeja fuente cuyos dueños eran un par de angelitos de mármol que de sus bocas manaba el fresco chorro de pura agua cristalina.
          De pronto, una clara y sonora risotada se añadió al “bullicio” que lejos de molestar con su intromisión, completo aquella armonía. Me giré con rapidez dado que parecía haberla escuchado en otras ocasiones, recuerdos “supongo” aún no olvidados asaltaron acelerándome el corazón, ahí estaba la que fuera mi bella amada un día, ya en el tiempo alojada como uno de mis mejores recuerdos, estos imposibles de olvidar por todo y tanto vivido.
         -¡Hola Irati! Exclamé mientras me acercaba a ella, se giro volteando con suavidad su larga melena, lanzándome de inmediato una sonrisa.
          -¡Montxu!
          -Sí, me recuerdas, ha pasado mucho tiempo, la dije. Me abrazó regalándome un beso, mientras mi mente me envolvía en tiempos pasados, tantas veces por mí añorados.
         -Estas muy guapo, Montxu.
         -Y tú como siempre estupenda Irati.
         -¿Qué haces por aquí? me dijo
         -Paseando un rato, hace un día estupendo, la dije. De repente, una criatura de apenas dos añitos se acercaba con tiento a Irati.
         -Te presento al amor de mi viva Montxu, se llama Ane.
         -Hola Ane, ¿que tal estás peque?
         -Se agarró a la falda de su madre, escondiéndose, mirándome de reojo como si de un duendecillo se tratara y con la sonrisa picarona heredada sin ninguna duda de su madre, ¿Cuántas veces utilizada para convencerme de todo aquello que Irati deseaba?
          -Ve a jugar cariño, le dijo Irati a Ane.
          -Vale, dijo y salió disparada junto a un grupo de niños, todos ellos rebosantes de energía, de vida pura, limpia.
          -Nos sentamos Montxu
          -Bien, ¿te apetece un helado? Asintió con la cabeza.
         Volví con dos helados uno de ellos de pistacho (le encantaba) y el mío de chocolate (mi perdición).
         -Toma Irati
         -Gracias, aún te acuerdas, de pistacho me encanta.
         -¿Qué ocurre? Te encuentro un poco triste la dije, mientras observaba su conocida sonrisa leve fingida.
          -Nada importante Montxu, pero hablemos de ti.
          -Bueno nada que no se pueda solucionar con paciencia, la dije. Perdí el trabajo hace un año, ya sabes, reducción de plantilla, una putada. En cuánto al amor nada de nada, tampoco debe ser buena época, en fin poco más, “di un mordisco con cierta rabia al helado”.
         -Y tú, te veo maravillosa y con niña, ¡vaya! Eso sí ha sido una sorpresa, ¿te casaste hace mucho?
         -No, no estoy casada Montxu, aunque pensé en decírselo pero no estaba muy centrado y decidí dejarlo pasar.
         -Callé por un instante, sentía que no la apetecía hablar de ello, ¡Es preciosa! exclamé. Ane es idéntica a ti, su vitalidad, con esos aires libres que lo envuelven todo y a todos cuántos están a su alrededor.
         -Así me ves Montxu. Me dijo alicaída.
          -Claro, no lo dudes ni un momento, jamás he conocido a nadie que se te pareciera, en serio Irati, no te miento.
          -Gracias Montxu, pero estas muy equivocado al menos en parte.
          -No te entiendo Irati, ¿Qué te pasa? Y no me digas que nada ¡eh! Estas un poco baja de moral, tienes algún problema grave, habla por favor.
          -Aquí no, mejor quedamos en otro momento.
          -Me contestó mientras el duendecillo venia corriendo, sonriente, lanzándose a los brazos de su madre y dándola infinidad de besos.
          -Tenemos que ir a comer Ane dijo Iratí, se hace tarde cariño.
          -¿Qué hay para comer amatxu? La contestó con los ojos abiertos como platos.
          -Ya lo verás, anda dale un beso a Montxu y vamos.
          -Se me acercó con timidez soltándome un besazo sonoro entre risitas, la sonreí mientras acariciaba su barbilla.
          -Te llamo luego Montxu, si quieres claro.
         -Por supuesto. Te invito a cenar Irati, si te apetece.
         -Claro, ¿Tienes el mismo número de teléfono?
         -Si, si el mismo, la contesté. Adiós Ane, la dije
         Me sonrió, mientras su madre la agarraba de la mano despidiéndose de mí con una de sus sonrisas, las vi alejarse, cosa que me entristeció. Pasó la tarde y me llamó para quedar en un conocido restaurante en el que a ambos nos encantaba cenar, por la tranquilidad, su comida y su ambiente. Quedamos en el mismo restaurante lo que indicaba claramente que su deseo era hablar de ello lo más pronto posible, me intrigaba y mucho. No sabía el porqué pero presentía que el día de hoy iba a cambiar mi vida por completo.
          Un tímido beso de rigor confirmo mis sospechas, no estaba cómoda seguía inquieta, eran las ocho de la tarde y el frío primaveral invitaba a entrar al restaurante, nos sentamos y pedimos una botella de vino tinto Rioja.
          -Estás estupenda Irati, la dije intentando mitigar el nerviosismo (el mío sobre todo).
          -Gracias Montxu, contestó cuando sus ojos marrones como la miel se fijaron en los míos, serios, sin chispa y un poco vidriosos.
          -Lo que voy a contarte, te va a enfadar y es muy probable que dejes de mirarme para siempre así. Y me apena muchísimo.
          -Bueno no será para tanto, suéltalo ya  me estas poniendo de los nervios, dije
          -Hace tres años, mientras salíamos sabias de tu “afición” por las fiestas con tus amigos, es cierto que quedamos en que no me entrometería en ellas llegando a un acuerdo entre los dos, pudiendo ambos disfrutar de nuestros amigos dándonos espacio, aunque reconozco que yo no lo necesitaba, tan solo te quería a ti, estar contigo. Y esto nos fue alejando poco a poco hasta que un día rompimos y me fui.
         -¿Qué tratas de decirme Irati? Yo ya sabía que te perdí por esta estupidez mía, créeme que me he arrepentido durante todo este tiempo, me di cuenta tarde y lo siento.
          -Montxu, Ane es tu hija….
         No sé el tiempo que transcurrió hasta que pude articular palabra y con voz temblorosa lo único que acerté a preguntar…
-¿Es una bro…ma…?
         Me arrepentí en el mismo momento de haber planteado tan ridícula pregunta, al ver la sonrisa triste de Irati. Intenté serenarme y pensar con claridad.
          -Lo siento Montxu, no debí decírtelo…
          -No debiste ocultármelo tanto tiempo, ¿por qué? ¿Por qué ahora?
          -Hace dos semanas me descubrieron haciéndome unas pruebas, que tengo cáncer de pulmón, es muy avanzado ya, no me dan mucho tiempo de vida, no me asusta morir, pero me aterra dejar a Ane sola. Como ya sabes, al ser hija única me quede sin familia al fallecer mis padres.
 Me sorprendía la naturalidad con la que Irati hablaba y enfrentaba su enfermedad…
-No digas eso Irati, buscaremos soluciones – le dije
-No las hay Montxu, está la quimioterapia, pero no voy a pasar por ella, no quiero que mi hija me vea en ese estado.
-Irati…
No respondió, sólo me miró a los ojos e hizo un movimiento con su cabeza  de negación.
La cena transcurrió en silencio, un silencio que se cortaba… No podía dejar de mirarla, tan bonita…tan llena de vida…una vida que se le apagaba, ahora comprendía la tristeza de su sonrisa y la pérdida de brillo en sus ojos.
Ni Irati ni yo teníamos apetito, jugábamos con el cubierto en el plato, mientras miradas furtivas del uno hacia el otro nos acompañaban.
-Montxu, ¿nos vamos?
Asentí con la cabeza, pedí la cuenta, pagué y nos marchamos. Fuera ya del restaurante…
-Quisiera pedirte algo Mon, me gustaría que fueras conociendo a la niña y que cuando llegara el momento te hicieras cargo de ella, sé que todo esto es nuevo para ti, que quizás no debiera de pedírtelo, pero eres su padre y no tengo a nadie a quien recurrir, por su educación, alimentación y demás no te preocupes, mis padres me dejaron un dinero q…
-No sigas Irati – la interrumpí.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas, estaba confundido, no sabía que hacer con mi vida y ahora tenia una hija…Una hija que no conocía y quedaría huérfana de madre en pocos meses. Acompañe a Irati hasta su casa, me despedí de ella diciéndola que la llamaría al día siguiente. Tardé mas de veinte días en ponerme en contacto y cuando lo hice no fue al teléfono, me fui a su casa, con una maleta en la que había puesto algo de ropa…
Llamé al timbre de la puerta y me abrió Ane, asustada y llorando, la tomé en brazos y la pregunté que le pasaba, con su manita señaló hacia un rincón de la casa, donde me dirigí y encontré a Irati en el suelo, inconsciente. Intenté tranquilizar a la pequeña mientras llamaba al 112. Pasó una semana hospitalizada, las defensas le habían bajado, la  enfermedad empezaba a dar señales ya en su cuerpo, había perdido mucho peso, la palidez y ojeras en su rostro se hacían muy notables.
Ni que decir tiene que ya no volvió a su trabajo, decidió pasar el tiempo que le quedaba junto a nuestra hija.
Pasamos un mes maravilloso, sin apenas sobresaltos. Cada tarde salíamos a pasear por el parque donde meses atrás nos encontramos, Irati se sentaba en un banco, mientras Ane y yo disfrutábamos de los juegos que en el había. Recuerdo la primera vez que la pequeña, me llamó papá…, se lanzó por el tobogán y cayó dando con su cabecita  en la gravilla del suelo haciéndose daño, yo me había despistado buscando en la mirada de su madre algún gesto que me indicara que estaba bien y no me di cuenta de lo que Ane estaba haciendo… Desconsolada salió a correr, buscando los brazos de Irati…
-Aita me ha dejado caer, amatxu – le decía mientras con sus manitas se limpiaba los ojitos llenos de lágrimas, su madre al escucharla llamarme así se emocionó y yo no pude más que abandonarme también a esa emoción y abrazar a las dos.
Una preciosa noche de Mayo, después de nuestros paseos, mientras   Irati ponía el pijama a la pequeña, la acostaba y leía un cuento, yo preparaba la cena y decoraba la mesa con unas velas blancas, atenuaba la luz y ponía música de fondo, le tenia preparada unas sorpresas y quería que el momento fuera especial. Ya dormida la niña, regresó al salón, se notaba en sus ojos el cansancio, pero denote cierta curiosidad en ellos.
-¿Y esto Mon, qué celebramos? – me dijo.
-¿Porqué piensas eso? – le respondí con una sonrisa algo picarona.
Me acerque a ella, le retire la silla para que se acomodara y me senté a su lado...
-Abre eso – le dije, entregándole un sobre.
Irati lo abrió y sus ojos comenzaron a ponerse vidriosos, mientras una de sus manos temblaba…
-¿Estas bien? – le pregunté.
-Si, me he emocionado, gracias Mon, no sabes lo que esto significa para mí, sé que os llevareis muy bien y ya podré morir tranquila – dijo, rompiendo a llorar.
-Shhhhh – la dije, poniendo mi dedo en sus labios. En el  sobre que le entregué, estaban los papeles para ponerle los apellidos a la niña.
Apenas probamos bocado, pero si reímos mucho recordando cosas del pasado, estaba tan bonita… De fondo comenzó a sonar una bella canción “My Endless Love”
-¿Bailas? – la dije
-Estás loco Mon – dijo levantándose y sonriendo.
-Si Irati, estoy loco, loco por ti – le susurré, mientras la atraía hacia mí.
Me abrazó fuerte apoyando su cabeza en mi pecho y acto seguido se desplomó en mis brazos, muriendo al instante después de regalarme una sonrisa y decirme; “Te Quiero”.
Se marchó sin poder darle la última sorpresa que la tenia preparada y aún hoy, cincuenta años después, sigo esperando el momento de nuestro reencuentro eterno para preguntarle; “¿Quieres casarte conmigo?...”

Montxu&Gara

lunes, 8 de febrero de 2010

Luz en la oscuridad.



      Todos los días, al salir del colegio, la pequeña Sonia, acompañada por su madre, cruzaba la calle, arrastrando la pequeña maleta color azul cielo con la imagen de su ídolo televisivo, Callou, repleta de libros, cuadernos y de su estuche preferido, para ir al parque.
         Su lugar favorito, el columpio al lado de las escaleras de entrada, era su destino. Mientras bocado a bocado, su madre le iba dando su merienda favorita, un pequeño bocadillo de pan de molde con jamón, queso y tomate, no perdía detalle de lo que sucedía a su alredor. Llevaba varias semanas intrigada con la figura de aquel anciano con sombrero, sentado en el banco de enfrente, que ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol, y que portaba siempre aquel bastón tan feo y largo. Su madre observaba como Sonia miraba y miraba a aquel hombre, esperando que fuera ella quien diera el primer paso, quien preguntara, que su curiosidad le venciera.
         -Mami, ¿Quién es aquel señor que se sienta en ese banco? ¿Por qué lleva gafas de sol siempre y ese horrible bastón?
         -Es el Señor Pascual, cielo, un anciano del barrio. Lleva gafas de sol porque es ciego. Verás la gente aún se sorprende de algunas cosas cariño, el señor pascual tiene los ojos enfermitos y blancos del todo. El bastón lo usa para no tropezar.
         -Yo no me asustaré de ver los ojos del señor Pascual, porque soy muy valiente, Mami. Mira lo alto que llego en el columpio.
         Sonia estiró las piernas e inclino el cuerpo hacia atrás dándose impulso hacia delante, luego las encogió y echó el cuerpo hacia delante tomando aún más impulso en el regreso: Lo hizo varias veces hasta que su madre, le reprendió…
         -Ya se que eres muy valiente, pero no sigas o te caerás.
         La niña obedeció.
         -Mami… ¿Puedo saludar al Señor Pascual?
         -Podemos acercarnos y darle las buenas tardes, si quieres.
         -Si Mami, por favor.
         El señor Pascual permanecía impasible en aquel banco, a unas decenas de metros,  expectante, atento a la conversación entre madre e hija.
         Sonia, escondida tímidamente tras su madre y agarrada de su mano, llegó ante el anciano.
         -Buenas tardes, señor Pascual.
         -María, un placer siempre oír tu voz.
         María, la madre de Sonia, se ruborizó ligeramente. Aquel hombre recordaba a la joven que, años atrás, le ayudara a cruzar una céntrica calle entre la vorágine de personas anónimas que pasaban por su lado rozando y golpeando su tímido cuerpo, incapaz de reaccionar ante semejante avalancha.…
         -Me recuerda…-Dijo con agrado.
         -Como olvidar ese aroma a lavanda que conserva tu pelo y ese tono de voz. Eres María, mi salvadora. –Sonrió el anciano.
         -Y tú debes ser, la pequeña Sonia. –Dijo señalándole con el bastón. No te escondas tras las piernas de tu madre. Te conozco muy bien, Vienes todos los días con tu mamá. Oigo las ruedas de tu carrito bajar el bordillo, rodar por el asfalto, chocar contra el otro bordillo, subirlo, bajar las tres escaleras de entrada y pararse. Luego oigo tu voz y la de tu mamá. Se que te gusta el columpio y que eres muy valiente…por lo que decías hoy.
         -Caray Mami, este señor se entera de todo. No puede ser ciego.
         -Sonia se saluda primero. –Le reprendió cariñosamente su madre.
         -Hola soy Sonia, buenas tardes señor Pascual
         -Hola pequeña, no temas acércate. Seguro que te gustan los caramelos. María ¿puedo darle uno?
         -Pero sólo uno que ya ha merendado.
         -Que clase de magia utiliza usted para saber esas cosas sin poder verlas. –Dijo la niña extendiendo la mano, recogiendo el caramelo que el anciano había sacado del bolsillo de la chaqueta.
         -La magia de los sentidos. ¿Quieres conocerla?
         -Si
         María se subió la manga izquierda para ver la hora que era.
         -Será un minuto nada más María.
         María pensó si las palabras de su hija habían sido las acertadas. Si no supiera en realidad que estaba ciego…El señor Pascual había percibido su impaciencia.
         -Sentaros las dos.- Dijo el anciano –Ahora…cerrad los ojos e imaginaros el silencio absoluto.
         Tanto la madre como la hija obedecieron al Señor Pascual.
         -Sonia, estamos en el parque. En el parque se oye a los niños jugar, a las hojas de los árboles meciéndose al son de la brisa, al señor del carrito de los helados del fondo anunciando sus productos, a los jóvenes que corren…En el parque huele a hierba fresca, a sabia de los árboles…
         -Y a caca de perro. –Dijo la niña interrumpiéndole enfadada.- El otro día olía a caca de perro.
         María y el señor Pascual rieron
         -Tienes toda la razón, pero piensa únicamente en los buenos olores del parque, en los sonidos que te agradan y elimina el resto. Eso es la magia de los sentidos.
         Sonia empezó a rechupetearse los labios…
         -Eso es trampa pequeña, estás pensando en el helado de fresa que te compra mamá los fines de semana.
         María rió, mientras la niña se ruborizaba enfurruñada.
         -Será mejor que nos vayamos. Se hace tarde. –Dijo María invitando a la niña a levantarse.
         -Mami, puedo volver a sentir magia con el señor Pascual.
         -Siempre que quieras, pequeña. –Dijo el anciano adelantándose a María… De pronto todo se volvió negro…
         -“Siempre que quieras, siempre que quieras…”, las palabras seguían resonando en mi cabeza. Me había despertado sobresaltada, como cada noche desde hacía un par de semanas. Como cada noche desde que me habían dicho en la quinta consulta que visitaba que mi ceguera era inminente, que hiciese lo que hiciese mis ojos pronto dejarían de ver.
         Por un segundo intenta ponerte en mi lugar e intenta sentir lo que en estos instantes siento yo ¿Qué harías si fueses a quedarte ciego?
          Intenté abandonar la cama, pero mis piernas todavía temblaban demasiado como para osar levantarme. No alcanzaba a entender el sentido de ese sueño que de modo insistente me visitaba cada noche. Sería una estupidez creer que existe la magia de los sentidos. ¿Qué magia puede haber en quedarse ciega? ¿Qué puede darte la vida si en un segundo se torna oscuridad?
         Hacía unos meses que había empezado a sentir unos fuertes dolores de cabeza, pero no les presté atención. Supuse que el cansancio y el estrés del trabajo serían los causantes, hasta que una mañana en la oficina uno de esos dolores, más intenso de lo normal, hizo que perdiese por un momento la visión del ángulo derecho. Asustada decidí acudir al hospital y desde esa visita a los servicios de urgencias se sucedieron más visitas, más médicos y una única respuesta: me iba a quedar ciega. Y todo a los 23 años.
         Después de unos minutos, más calmada, me levanté buscando algún tranquilizante que me ayudase a conciliar el sueño sin miedo a que mi alter ego, madre incluida, volviesen a visitar a Don Pascual en ese parque. Me dirigí al baño, donde guardaba el botiquín. Al encender la luz, vi mi reflejo en el espejo del lavabo. Sin más comencé a llorar, al darme cuenta que podría ser la última vez que viese mi rostro.
         -No llores- me dije a mi misma- eso no va a solucionarte nada. Estás jodida punto.
         Abrí el botiquín y cogí el Tranquimazín. Dos pastillas y a la cama. Lo de siempre.
         Al entrar en la cocina en busca de un vaso de agua me di cuenta de la hora que era. Las 7 de la mañana, demasiado tarde para volver a acostarse. Me guardé las pastillas en el bolsillo y empecé a preparar el desayuno. Mientras se calentaba la tetera y el tostador hacía lo suyo, me senté en la mesa con los brazos cruzados y mi cabeza sobre ellos. Estaba agotada. En esa posición podía oír como hervía el agua o como las rebanadas de pan empezaban a crujir debido al calor del tostador. Fuera, en la calle, algunos coches, los servicios de limpieza del ayuntamiento, los niños rumbo al colegio. Podía escuchar incluso como caía el agua en la ducha del vecino de arriba. No sé porque cogí uno de los paños que había sobre la mesa y me vendé los ojos. Iba a probar eso de la magia de los sentidos, que por activa y por pasiva me repetía a mi misma en mis sueños.
         La tetera comenzó a emitir su pitido, como obligándome a llevar a cabo mi experimento. Algo perdida, me guié por el estridente silbido. Paso a paso, alcancé la encimera. El problema era coger la tetera sin perder una mano en el intento.
         -El calor, déjate llevar por el calor. - Me dije.
         Deslicé mi mano sobre el frío mármol hasta la vitrocerámica. El primer paso estaba hecho. La tetera ya era mía. Lo siguiente: las tostadas. Debía llegar al tostador y a la nevera. Mantequilla y mermelada, mis metas. Puedo decirte que logré prepararme un buen desayuno, pero sin mermelada. El bote se me cayó al suelo, pero lo mejor de todo es que no me importó. Lo mejor de todo es que sin querer me di cuenta que podría salir adelante sin ver, si me lo proponía.
         De esto que te cuento hace ya 40 años y ahora soy yo la viejecita sentada en un banco a la que algunos niños curiosos preguntan porque lleva gafas de sol si está lloviendo o porque camina golpeando el suelo con un palo. Ahora soy yo la que les explica lo que es la magia de los sentidos y les abre puertas que nos vetan los ojos, o si no ciérralos por un instante y párate a escuchar lo que te rodea. Te aseguro que no te puedes ni imaginar lo que te pierdes.

Calvarian&Seo 

lunes, 1 de febrero de 2010

Sentimientos más allá del mar.



    El drama de los que abandonan su tierra y dejan atrás todo, incluido sus seres queridos, está impregnado de muchos sentimientos heridos. Nos tropezamos diariamente con personas venidas de más allá del mar, luchando por una ilusión, que han tenido que renunciar a muchas cosas, sobre todo a los afectos y sentimientos de sus personas queridas. La historia de este personaje de ficción de origen senegalés, Moussa, es la de muchos que han partido con la pena pegada a la piel y con el sentimiento abatido como única compañía…  

SENTIMIENTOS MÁS ALLA DEL MAR
        
         En el mismo borde de la arena, donde el mar se junta con el infinito, quiso retener un sueño que le acompañara todo el tiempo, en todos esos momentos que sabía tendrían que venir, y al que debería agarrarse con fuerza para no ser devorado por las olas de la tristeza y la desesperación. Y es que las despedidas esconden un gran misterio, porque hieren como un cuchillo afilado que corta el alma y la deja hecha añicos.
         Moussa recordó las últimas frases entrecortadas que ella entre sollozos logró decir, de esa manera como se transmite amor en las palabras cuando se es incapaz de decir nada. Recordó su vitalidad de mujer con la que adornaba cada uno de sus gestos, en todos los instantes del día. Y sintió como una ráfaga fugaz el contorno suave de sus labios y la intensidad con la que compartían los momentos íntimos, como si fuera la primera y la última vez.
         Durante todo el tiempo que permaneció en ese silencio lívido escondido entre las rocas, esperando la señal para lanzarse al agua y nadar con toda la intensidad, pensó una y otra vez en la decisión que debía tomar. Se debatía en el dilema de si estaba ante la oportunidad de la libertad o la condena más terrible de sus sentimientos, al tener que dejar tras sus pasos las personas que más quería.
         Pero en medio de esa inquietud constante no encontró un principio lógico que asegurara todas las cosas y sentía que su corazón latía de manera apresurada, como si fuera a estallar, igual que el de un caballo reventado después de una intensa carrera.
         En todo el tiempo que duró el largo viaje añoró la compañía protectora que tanto necesitaba. No encontró  consuelo ni en la luna plateada que asomaba de cuando en cuando y proyectaba un rayo fugaz entre las nubes como queriendo acompañar su sufrimiento, ni en el profundo aroma a la tierra que aún permanecía adherido a su piel, ni en los cantos que como un murmullo intentaban apaciguar el miedo y la intranquilidad.
         La noche se hizo definitivamente negra y Moussa seguía apegado a su sueño, a aquella mirada que retenía en la retina y que traspasaba las sombras de la noche más allá de aquel mar en tinieblas. Con su cuerpo inerte en el que sólo permanecía vivo el contorno de su alma, que desde el momento que partió se había hecho prisionera, movía los párpados lentamente, con el cansancio que muestran los que pierden interés por la vida, con esa sensación de estrangulamiento con la que se ovillan los que permanecen en el olvido, como si ni tan siquiera le perteneciera el aire que respira, como si se ahogara en la pena de su ausencia, con esa fragilidad conmovedora que transmiten los que sienten una pena irremediable.
         El viaje parecía no tener fin. Moussa intentaba que sus párpados no se cerraran, pero cada momento que pasaba le costaba más mantenerse alerta.  Sabía que no podía permitirse el lujo de desfallecer.
         Había comenzado ese periplo sabiendo muy bien que las dificultades se irían sucediendo. El frío, el cansancio y la soledad, pero a pesar de todo, era más fuerte el deseo de darle un giro a su destino. Un futuro mejor en el que estaría ella. Y en esa soledad no podía dejar de pensarla. Recordaba su dulzura recubierta de firmeza. Era el sueño de su vida y tenía que hacer lo posible por procurarle un futuro mejor.
         Cuando más ensimismado se encontraba en sus pensamientos comenzó,  a sentir en su rostro los pinchazos de múltiples gotas de agua despedidas por el oleaje. La sensación de frío se apoderó de él y le hizo volver a una realidad que durante un tiempo indefinido había permanecido dormida.
         La noche se hizo eterna y si no hubiera sido por la evocación de sus ojos, se habría abandonado en los brazos del desánimo.
         Su mente comenzó a dar vueltas. No sabía qué sería lo que le depararía el destino, una vez que llegara a esa tierra que soñaba prometida, pero lo que sabía era que tenía dos manos dispuestas a trabajar para conseguir un futuro mejor.
         Recordaba sus ojos cuando se despidió de ella y no podía permitir que sufriera. Haría todo lo posible para que esa separación fuese lo más corta posible.
         No podía olvidar sus últimas palabras la noche antes de su partida y que ahora latían en su mente y en su corazón:
         -¿Qué será de mí si no vuelves? No sabría vivir sin ti.
         -No tengas miedo eso no va a pasar. Pasará algún tiempo antes de que pueda volver por ti, pero no dudes que ese día llegará.
         -No puedo evitar tener miedo, el viaje al que te expones no es fácil…
         -Es cierto, pero tengo alguien muy importante por quien luchar, y ese alguien eres tú. Volveré…
          Cuando más ensimismado estaba en esos pensamientos, el oleaje hizo que volcara la patera en la que iba con sus compañeros de viaje. El agua estaba muy fría, y podía sentir como poco a poco se iban adormeciendo sus músculos.
         La tierra tantas veces soñada no estaba lejos, y no podía permitirse el lujo de desfallecer. Tenía que seguir nadando, ya quedaba poco.
         Antes del amanecer llegó a la orilla. Aterido de frío, pudo comprobar que muchos de sus compañeros yacían inertes en la orilla. Otros, como él, habían tenido la fortuna de sobrevivir.
         Desfallecido, se echó sobre la fría arena. Cerró los ojos, y con la pena adosada a su piel, intentó recordar de qué color eran sus ojos. Una ráfaga de aire trajo a sus labios su último beso.
         Los primeros rayos de sol del amanecer bañaron su alma dormida. Hoy era el primer día de una nueva vida... ¿Habrá merecido la pena?  

Béker&Ana