lunes, 25 de enero de 2010

Cómo te va mi amor.


         Hay días en los que es mejor no levantarse; debió de pensar Eli ayer cuando nada más llegar al supermercado se encontró con la sorpresa de que era día de ofertas. Tocaba cambiar todos los cartelitos y había que hacerlo antes de que llegaran las marujas a comprar. El encargado le mandó hacerlo junto a Antonio; él se los pasaba mientras ella, subida a la escalerilla, los colgaba en el lugar adecuado. Le gustaba el modo en que Antonio la protegía; era muy tierno ver cómo él tenía el impulso de sujetarla cuando estaba sobre las escaleras, pero su timidez no se lo permitía. Era un chico muy especial y no se explicaba cómo seguía sin novia; habían hablado en bastantes ocasiones sobre temas sentimentales durante los desayunos, en los que de un modo u otro siempre terminaban coincidiendo. Ella le había contado algunas de sus ilusiones y todas sus decepciones; en cambio él era más reservado, casi nunca hablaba sobre sí mismo, solía hacerlo en referencia a cosas que le habían pasado a amigos y conocidos suyos.
         - Eli, nosotros…somos amigos ¿verdad? – Preguntó Antonio mientras miraba al suelo para no enfrentar la mirada de Eli.
     - ¡Claro hombre! – Respondió ella sin dudarlo un instante.
     - ¡Gracias!
     - ¿A qué ha venido esa pregunta? – Preguntó Eli.
         - No sé; supongo que por nada en especial; tan sólo…Bueno, me preguntaba que si somos amigos…-  Se quedó callado vencido por la timidez.
     - ¡Continua hombre de Dios! – Dijo Eli al terminar de colgar el último cartel.
     - Eso, que si somos amigos; los amigos no sólo se ven en el trabajo. Quedan para tomar una cerveza; para ir al cine; para pasear por la playa mientras se cuentan sus cosas…
         - Cuando quieras quedamos para esas cosas; eres mi mimosín favorito. – Dijo ella con todo el cariño del mundo y una gran sonrisa.
         - Lo que no imaginaba Eli era que Antonio, cada vez que ella lo llamaba su mejor amigo, mimosín, o cosas similares, recibía una punzada en el estómago. Lo que nunca supo es que cuando él le hablaba de quedar y hacer todas esas cosas, en realidad pensaba en pasar el mayor tiempo posible cuidándola; en estar junto a ella hicieran lo que hicieran; en compartir una vida juntos y en contarle a sus nietos, que a buen seguro saldrían tan tímidos como él, cómo consiguió conquistar a su abuela, a la mujer de sus sueños.
         El amor es muy duro; pensamos que nos encontramos en un tiovivo en el que no dejamos de dar vueltas en torno al ser amado; pero nos engañamos, en realidad damos esas vueltas en una noria, en un continuo subir y bajar en el que tan pronto nos encontramos eufóricos como sumidos en la más grande depresión; y ya se sabe, de la noria siempre nos apeamos por abajo.
         Cuando tras terminar la jornada laboral vuelve cada uno a su casa Antonio piensa que casi se ha declarado; que ha dado un paso muy importante para conseguir enamorar a Eli; se siente valiente e ilusionado pues ella le ha dicho que sí sin dudarlo, pero por otra parte no puede olvidar que volvió a llamarlo su mimosín preferido. Ella por su parte, piensa en el amor en abstracto; en lo bonito que sería poder hacer esas cosas que le ha propuesto su mimosín con alguien que la quisiera y no con un amigo. Se pone las zapatillas de estar en casa y enciende el ordenador mientras se quita el uniforme. Abre el Messenger; él no está conectado. Abre la página del facebook y se encuentra una canción que ha publicado su amiga Claudia, titulada “Cómo te va mi amor” y la canta un tal Hernaldo Zúñiga. Le da al play más que nada por curiosidad y se encuentra a un cantante que llena todo un escenario tan sólo con su voz y su guitarra; vestido con vaqueros y una camiseta sudada de color gris; el cabello algo largo y una cara marcada con las arrugas que otorga una vida intensa; su voz es potente y suena segura de sí misma y tras entonar la primera frase de la canción: “Qué sorpresas da la vida…” voces de chicas lo interrumpen llenas de admiración. Pone al volumen de los altavoces al máximo y se mete en la ducha. Abre el agua para que empiece a salir caliente; regula la temperatura y entra en la bañera. Comparte con dos estudiantes el piso y adora esos momentos antes de que ellas lleguen de las clases, para disfrutar de la soledad y de sus pensamientos más íntimos. Deja que el agua empape su cabello y siente cómo se desliza el calor del líquido elemento por cada poro de su cuerpo. La canción habla de un hombre que se encuentra por casualidad con una mujer con la que vivió un amor y a la que dejó escapar; nada más verla, se da cuenta de que vuelven esos sentimientos que él pensaba olvidados y reconoce que se equivocó al pensar que era un tema del pasado; nunca fue capaz de volver a enamorarse y habla del miedo a terminar sólo.  La escucha dos y tres veces porque le llega a lo más hondo de su ser y porque ha hecho que se acuerde de Miguel; el chico con el que salía antes de irse del pueblo y con el que prefirió cortar cuando marchó a Madrid en busca de nuevos horizontes. Termina de ponerse el pijama y enciende el televisor mientras saca una tartera con menestra de verduras salteadas con gambas; la mete en el microondas  y cuando se sienta en el comedor para cenar ve una noticia que llama su atención: han encontrado unos restos humanos del neolítico y lo más llamativo de la noticia son las imágenes de dichos restos; pues muestran a una pareja a la que han enterrado abrazados entre sí frente a frente.
         Eli cierra los ojos y no puede evitar que una lágrima se deslice por su mejilla pensando que un amor así es lo que ella sueña cada noche. Un amor en el que se sienta reina de un reino perdido, princesa de un cuento inacabado, sirena de un mar en calma. Aparta la lágrima con el dorso de la mano, mientras se acerca a la mesa del ordenador con el plato humeante con su cena.
         No le gusta cenar sola, odia cenar sola, y se ha acostumbrado a servirse su ración y dar cuenta de ella frente a la pantalla, mientras conversa con Antonio, que siempre que se conecta a Messenger le hace la misma pregunta: ¿qué tal ha cenado hoy la princesa? Se sorprende de ver que él sigue sin estar en línea, y comienza a mover el tenedor nerviosa por el plato revolviendo la comida sin ser consciente de lo que hace. De pronto se sobresalta al advertir que  una ventanita salta en la parte derecha de la pantalla y sonríe, ¡aquí estás! piensa.
         -¿Qué tal ha cenado hoy la princesa?
         Eli suelta el tenedor y no puede evitar contestar algo distinto a su habitual “bien, muy bien”.
         -Empezaba a pensar que hoy no querías hablar conmigo.
         Antonio, al otro lado del ciber espacio, se maldice por enésima vez por no tener en la tienda el mismo valor que demuestra escudado detrás de la pantalla.
         Eli no sabe que con quien está hablando ahora es su compañero de tienda, ese que agacha la mirada cuando ella se le enfrenta para pedirle que le pase los carteles de los precios o para cogerle un bolígrafo. Para ella éste Antonio es alguien sin rostro pero que le hace sentirse bien, alguien a quien espera cada noche mientras cena, ese hombre que le hace soñar con viajes mágicos a través de las estrellas. Sonríe al pensar que se conocieron en un foro de jardinería del que le había hablado su compañero de trabajo, y donde ella entró un día preguntando la mejor temporada para podar sus rosales amarillos. Roble32 fue el único que se molestó en contestar a una recién llegada y gracias a sus consejos, esa primavera sus rosas florecieron todavía más hermosas. Habían intercambiado sus direcciones de correo y sin darse cuenta llevaban casi un año hablando a diario, compartiendo penas y alegrías, poniendo sus vidas en las manos del otro a través del teclado.
         Sentía algo extraño cada vez que él se retrasaba en aparecer, y hubiera dado lo que fuera por conocerle, por poder sentarse delante de un café y mantener esas largas charlas que les robaban hasta horas de sueño. Sin embargo Antonio le había ido dando excusas a lo largo del tiempo para no verse.
         Eli había llegado a pensar que él, siendo tan maravilloso, tendría novia y por eso no quería verla. Sin embargo cada noche la montaba en una estela blanca y la paseaba por paraísos desconocidos, acompañándola y susurrándole al oído todo aquello que ella siempre soñó con escuchar de los labios de un hombre.
         Antonio descargaba sus sentimientos por ella, daba rienda suelta a todo lo que durante el día, mientras la tenía cerca, no se atrevía. Se maldecía por ser tan cobarde, por no atreverse a dar ese paso minúsculo que le separaba de ella, pero es que verla en persona, tenerla al lado, impregnarse de ese aroma que ella emanaba, le paralizaba.
         Estuvo toda la noche dándole vueltas a las últimas frases que se habían intercambiado antes de irse a dormir:
          -Si pudiera sentir que eres real sería la mujer más feliz del mundo.
          -¿Por qué dices eso?
          -Porque me gustaría que nos tomásemos un café, poder mirarme en tus ojos  y que me dijeras lo mismo que siempre me dices aquí.
         -Algún día, no te preocupes.
         -Sí, Antonio, algún día, pero siento que la vida es demasiado corta.
         Esa última frase de ella le había estremecido el alma, tanto que no le dejó dormir. Cuando sonó el despertador fue como si una manada de elefantes le pasara por encima. Por primera vez no tenía ganas de levantarse y llegar al supermercado para verla. Tal vez porque sabía que hoy era el primer día del resto de sus vidas y eso le asustaba.
          -Buenos días Antonio, tienes mala cara.
         -No he dormido bien, anoche me dolía la cabeza.
          -Pues venga, espabílate que hay que sacar las cajas del almacén para ir colocando las ofertas de la entrada.
         Antonio tragó saliva y la siguió hasta el almacén, donde el día anterior habían dejado la mercancía que entró a última hora. Las manos le sudaban y se las iba secando compulsivamente en la parte de atrás de sus vaqueros. Vio a Eli alejarse hasta el otro extremo y sintió que era el momento, que era su hora, notó que no podía esperar más...
         -¿Qué tal cenó anoche la princesa?  -Se sorprendió al notar su voz clara y firme, sin titubeos.
         Eli se quedó paralizada. Se había agachado a recoger algo que había caído por descuido y se levantó lentamente como si su cuerpo pesara sobremanera. Se quedó de espaldas a él, como una estatua de sal, como si la vida hubiera huido de su cuerpo. Pero reaccionó de inmediato girándose y quedando frente a aquella voz que tantas veces había imaginado y que ahora cobraba forma.
         -¿Tú?
         -Eli, siento no haberte dicho antes la verdad, que yo era con quien hablabas cada noche, pero tenía miedo de que se rompiera la magia y que no volvieras a regalarme esos momentos que compartía contigo. 
         Ella no respondió, no dijo nada, tan solo se acercó a él y agarrándose a su cuerpo buscó sus labios. Quedaron abrazados, frente a frente, igual que aquellos restos del neolítico que hacía unas horas ella había contemplado por televisión.

Joselop44&Hadaluna

lunes, 18 de enero de 2010

Comenzando a Vivir.




        La carretera polvorienta se estiraba hacia el horizonte lejano dónde se divisaba una puesta de sol espectacular. Sobre el asfalto ardiente se distinguía una sombra solitaria, encaminada hacia el atardecer. Sentía el vapor que escapaba del suelo. Lo sentía en su piel caliente después de un día de arduo caminar.
         Su andadura era una incertidumbre. No sabía a dónde iba, cuánto quedaba, por qué caminaba, ni dónde se encontraba. Sólo sabía caminar, había que continuar, no podía parar ni siquiera para descansar.
         Sus ojos negros descansaron sobre el horizonte, ya el sol apenas se veía, el cielo estaba completamente oscuro. En ese instante el miedo la sobrecogió, estaba sola, perdida en la nada. No quería parar pero hacía tanto que no descansaba...
         Se sentó, prometiéndose que sólo sería por unos minutos, a la orilla de la carretera. Al hacer esto, su estómago se alborotó, recordó que no había comido en tres días. Divisó a unos metros un árbol lleno de bellotas, se veían maduras y su boca se hizo agua al pensar en el fruto invadiendo su paladar.
         Con impaciencia comenzó a arrancar las frutas del árbol, la desesperación la llenaba, sentía el jugo deslizándose por su barbilla dejando el área pegajosa y manchada…
         No importaba. Actuaba con sus impulsos y éstos le decían "come hasta la saciedad." Parecía un animal enloquecido mientras permitía que su glotonería se apoderara de sus acciones.
         - No importa, - pensaba en voz alta, - todos somos locos.
         Su comentario, dicho sin pensar, le recordó la razón de su estado presente.
         Ella estaba loca. Al menos así lo creía la sociedad.
         Era loca porque amaba a un hombre que no era su marido. Sí, otro hombre... el mismo que conoció a través de un ordenador, una noche de verano, hacía ya algunos años.  Con él quería irse, marcharse. Loca... Era loca por buscar la felicidad, sin pensar en el que dirán. Loca por hacer lo que verdaderamente quería.
         -¿Qué le importa al mundo mi vida?- se preguntó confundida.
         Nunca pensó que su familia, antepusiera su felicidad ante los prejuicios sociales, ante el qué dirán... Todas las palabras y deseos de felicidad hacia ella, todo era mentira.
         En aquella cárcel que era su casa, aprendió que la verdad no existe. No hay tal cosa como la realidad. Es un estereotipo creado por la mayoría. Lo mismo sucedía con la locura; era simplemente lo que la mayoría establecía. Por eso era que antes pensaba mucho antes de decir o hacer algo. La razón y la lógica la guiaban. Ya eso había acabado.
         Desde que se dio cuenta de todo, decidió que actuaría de acuerdo a sus impulsos. Ya no se preocuparía por el resultado de sus acciones. Dejaría que las cosas siguieran su curso natural. No le explicaría a nadie él por qué de lo que hiciera. Aprendería a vivir como está establecido pero a la vez con su locura. Era la única manera de mantener su individualidad y ser respetada como cualquier persona "normal".
         Normal... Antes decía esa palabra sin pensar. En tan corto tiempo había cobrado un significado muy diferente. Se había percatado que lo normal no existía.
         Despertó al sentir las gotas heladas en su cara. Se había quedado dormida a pesar de que prometió no hacerlo. Pero, ¿qué importaba? No se percató hasta unos segundos más tarde de la lluvia que poco a poco caía más fuerte.
         Entonces alzó el rostro al cielo y dejó que la lluvia la mojara, que la empapara entera. ¡Su sed! Había pasado tanto tiempo que ni la sentía.
         Abrió su boca y permitió que se llenara de ese líquido portador de vida. Se sentía satisfecha. El que la viera pensaría que estaba loca. ¡Qué gracioso...! Era verdad. En este mundo todos los somos. Sólo que lo esconden bajo las máscaras de la sociedad. Todo esto pensaba bajo la lluvia.
         -¡Cristian! Mi amado Cristian... ¿Dónde estarás? ¿Por qué te dejé marchar?  Donde sea que estés, susúrrale al viento, que yo lo seguiré.
         Comenzó a cantar. La melodía brotaba de sus labios con dulzura. Era una melodía que sólo ella conocía pues en ese preciso instante la había inventado, pensando en él.


- Algún día nos encontraremos
en ese lugar que un día juntos soñamos,
ese lugar en que podremos amarnos.
Te veré en ese lugar que sólo tú y yo conocemos
y por la eternidad allí nos quedaremos.
En ese lugar con su demente libertad,
¡Sí!, La locura nos abrazará.
Hasta que llegue ese día allí te he de esperar.


         Mientras danzaba y cantaba en la lluvia en medio de aquella tormenta, un rayo partió el cielo en dos, una luz fulgurante lo iluminó todo.
         El estrépito del trueno que siguió le asustó un poco, fue fuerte y autoritario por lo cual ella calló su voz y por unos instantes sólo miró el oscuro cielo, pensando en qué haría ahora.
         No podía volver a su casa o a ningún lugar de su pasado porque entonces sí pensarían que estaba loca. Escapar de su casa sólo para volver... Eso era más ilógico que todo lo demás que había hecho.
No podía vagar el resto de su vida en un desierto, a la orilla de una carretera desolada.
         Entonces la solución floreció en su mente. La sacudía igual que el viento que aullaba en la oscuridad de aquella noche.
         - Comenzar... - pensó en voz alta, - Comenzar de nuevo.
         - Huir muy lejos como siempre he querido. Huir a donde nadie me conozca y comenzar mi vida de verdad.- pensaba.
         De repente, una luz resplandeciente la cegó. El sonido de un motor se hacía cada vez más cercano. Abrió los ojos y vio su salvación, un coche se acercaba el único vehículo que había visto pasar.
         Se atravesó en su camino y cuando el conductor, un joven apuesto de ojos color miel, la vio, puso su pie sobre el freno y el carro hizo un alto. Le hizo señas con las manos de que entrara y ella abrió la puerta del auto.
         -Entra rápido. No te quedes mojándote.
         Su voz le inspiraba seguridad y entró sin pensarlo dos veces.
         - Mil gracias. Pensé que nunca pasaría nadie por aquí. ¡Me has salvado!
         -No hay por qué dar las gracias. Es lo que cualquier persona haría.
         El joven la recorrió con la mirada desde los pies hasta la cabeza. Parecía una buena muchacha a pesar de sus ropajes rotos y sucios, su cabello enredado y alborotado, sus manos maltratadas y tan sucias como su cara.
         Ella comenzó a tiritar. La humedad le calaba hasta los huesos.
         -No puedes quedarte con esa ropa. Disculpa…Aquí debería haber…Si…está…-Dijo abriendo la guantera y rebuscando en su interior.
         Ella le sonrió con ternura, agradecida, sin saber lo que él pretendía.
         Él salió del coche, y abrió el paraguas que nunca estaba seguro si llevaba dentro del habitáculo y que había encontrado en la guantera. Se dirigió al maletero. De su bolsa de viaje sacó una camiseta blanca, un boxer, unos calcetines, unas zapatillas de cuadros de invierno, su sudadera roja y el pantalón del chándal azul, ropa que él llamaba de emergencia, algo vieja, pero cómoda. Cogió una bolsa de toallitas húmedas de su neceser y la manta de colores que tejiera su abuela tantos años antes, y que siempre llevaba cuando se dirigía a su refugio. Volvió a abrir la puerta del coche…
         -Toma…supongo que te quede grande…pero más vale que te cambies enseguida no vayas a coger una pulmonía. Siento lo de parte de la ropa interior…no uso sujetador- sonrió-      . Te dejo unas toallitas…seguro que te sentirás mejor. Esperaré fuera.
         Ella no supo que contestar. Aquel joven no sólo la había recogido, sino que le estaba ofreciendo su propia ropa. Se mostraba educado, cortés, y profundamente caballeroso, sin conocerla. De repente le preocupó lo que estaría pensando sobre ella. Todos aquellos días huyendo de los demás, de si misma, tratando de convencerse de que no estaba loca, de que era el mundo el que estaba loco, tratando de encontrar su realidad, si es que la realidad existía para ella. Su aspecto no le había preocupado hasta ese momento.
         Mientras, el joven, se subía la cremallera de la sudadera, y se encogía bajo el paraguas intentando protegerse de las ráfagas racheadas de viento y agua, preguntándose que hacía aquella muchacha sola, vagando por la carretera, con aquel día tan desapacible.
         -Tiene que estar loca.-Pensó
         Su cabeza comenzó a trabajar como un torbellino.
         -¿Loca? Quien puede decir quien está cuerdo en este mundo. Mírate…Se podría decir que el loco eres tu…Vas a conducir toda la noche para ir a tu refugio, perdido entre las montañas, solo…En busca de que…de una inspiración que no llega…Hace días que deberías haber vuelto al trabajo y sigues confiando en que de tu atormentada mente salga algo parecido a una novela…No es  estar loco, hacer este viaje…semana tras semana…siempre de noche…para nada…¿Quien eres tu para juzgar si esta joven está o no cuerda?-Pensaba
         La realidad le devolvía la imagen de aquella muchacha cruzándose en su camino, empapada, mal vestida y algo sucia. Pero…Que era para él la realidad, si en su refugio era donde mejor se encontraba porque lograba abstraerse y vivir en un mundo de fantasía.
         Sin darse cuenta los dos se habían planteado los mismos dilemas sobre la locura y la realidad. Sobre la vida, la tristeza, la soledad…Y, en el fondo, ambos huían, aunque de diferente manera.
         Ella se había desnudado. Se sentía segura ante el comportamiento de aquel joven.
         -Date prisa…Que pobre…el que se va a calar ahora es él.-Pensó
         Cogió unas toallitas y refrescó su cuerpo tan maltratado en su huida. Se puso la camiseta, el bóxer, el pantalón, los calcetines y las zapatillas, sintiendo al instante el calor de la ropa limpia, mientras la suya, empapada yacía a sus pies.
         -Entra por favor…Te vas a calar.
         Él se giró. Sonrió al verla con su ropa, y entró, mientras ella se ponía la sudadera.
         -En la guantera habrá alguna bolsa…mete tu ropa si quieres. Bueno…tu dirás…Yo me dirijo a mi refugio.
         -¿Donde está?
         -Muy lejos…a casi diez horas de viaje…
         -Pues conduce.
         -Pasaremos por un montón de pueblos y ciudades. Donde quieras te dejo. ¿De acuerdo?
         -Y…tu ropa.
         -No pasa nada…Te la puedes quedar, o si quieres te doy una dirección donde me la puedas devolver. Pero, no te preocupes por eso.
         Ella le sonrió sin contestar. Estaba a punto de llorar. La amabilidad de aquel joven…Volvió a atormentarse por lo que estaría pensando sobre ella. Él puso el coche en marcha. La música, suave hacía el habitáculo más calido y acogedor. Ella deseó no salir de allí nunca. Por primera vez en mucho tiempo se encontraba segura y a gusto en un sitio, paradójicamente era dentro de un coche, con un desconocido. Unos minutos después, cubierta con la manta, tras abrocharse el cinturón, se durmió. Estaba tan cansada…
         Las horas transcurrieron. Periódicamente se despertaba por algún ruido en la carretera o en los pueblos y ciudades que iban atravesando. Su única reacción era sonreírle y volverse a dormir. Él, cada vez que despertaba, temía que ella decidiera bajarse. Cuando ella volvía a dormirse, él sentía una inmensa sensación de alivio.
         Condujo toda la noche sin que ella hiciera ademán de querer abandonar el coche, ni siquiera cuando él tuvo que parar para ir al baño y repostar gasolina. Al amanecer…llegó la última curva. Paró. Ella seguía dormida. Él quería volver a cumplir con su ritual…Salió. No llovía, las nubes no lograban cubrir el cielo por completo.
         -Es maravilloso.-Dijo respirando hondo.
         -Lo es. Dijo ella envuelta en la manta. Se había despertado y le había seguido.
         -¿Sabes? Es un pantano. Pero yo no lo veo así. Es mi lago. Es mi lago de fantasía como si de un cuento de hadas se tratara…Mi cabaña está al fondo. Siempre paro aquí primero. Allí, a la derecha mi lugar preferido cuando llueve, una pequeña cascada de aguas cristalinas. Ven…
         Él cogió su mano. Ella iba pendiente de no perder la ropa que le había prestado. Le quedaba grande.
         -Despacio que pierdo las zapatillas y el chándal –Rió
         -Es preciosa…-Dijo al llegar
         -Cierra los ojos…escucha…el agua a mi me habla cuando le escucho.
         Ella cerró los ojos y conectó con la monótona musicalidad del discurrir de las aguas de aquel pequeño torrente precipitándose sobre la superficie del pantano. Una ráfaga de aire repentina arrastró miles de pequeñas gotas que acabaron mojando sus rostros. Ella abrió los ojos, un pequeño arco iris nacía de aquella cascada…
         -Abrázame.-Dijo ella
         Él, sorprendido, la estrechó entre sus brazos, acogiendo su cuerpo frágil con ternura, acariciando su pelo descuidado, besando suavemente su frente, sintiendo los latidos de su corazón como si fueran los suyos. Deseó parar el tiempo, que aquel instante durara toda la eternidad. Que aquello fuera su realidad, su locura real.
         Mientras, ella, con dos lágrimas surcando sus mejillas repetía…
         -Comenzar de nuevo…Comenzar mi vida de verdad..




GARA&CALVARIAN

domingo, 10 de enero de 2010

Mas allá de los Sueños.



       De nuevo ella estaba allí, a unos metros de mi ventana, sentada en el banco, en el paseo de la playa, con la mirada perdida flotando sobre las olas del mar, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo negro, apretándolas contra su cuerpo, luchando contra la brisa fría e invernal que le azotaba su cara. Su pelo se mecía al son que marcaba aquel viento helador, al igual que sus grandes pendientes en forma de aro, que de vez en cuando me deslumbraban al reflejar los rayos de un sol, que brillaba en lo alto del cielo, de un día que había amanecido despejado y luminoso.
         Sonreí. Me alegraba volver a verla después de aquellos meses de ausencia. Volvería a oír su voz suave, dulce, envolvente, aquel tono de voz meloso que me cautivaba.
         Bajé, y me senté junto a ella. Me miró, y sonrió.
         -Cuanto tiempo…-Dije
         -Si.
         Su mirada era triste. Sus ojos reflejaban cansancio. Un suave maquillaje no lograba alejar totalmente de su rostro el legado de interminables noches de insomnio.
         -Puede que hoy no tenga ganas de compañía. –Pensé al notarla ausente, como si estuviera atrapada por el paisaje.
         No habíamos tenido largas conversaciones. Las típicas miradas furtivas, algunas veces hasta coquetas, pero no habíamos pasado de los saludos formales y de las típicas referencias al estado del tiempo, la mar, el viento, la limpieza del paseo y de la playa…algo sin importancia.
         -Si prefieres estar sola…
         -No…quédate.- Me contestó pareciendo volver a la realidad.
         Esbozó una nueva sonrisa girando levemente la cabeza dejando que sus cabellos y sus pendientes fueran acunados por la brisa desde otro ángulo, dejándome apreciar la suave y escasamente bronceada piel de su cuello.
         -Quédate…- Repitió apoyando su mano sobre la mía, impidiendo que me levantara. Tiró de ella suavemente hacia atrás, hasta que me acomodé, pero no me soltó…
         -Vaya…parece que tienes frío. No te apetecería más tomar un café en un sitio calentito. –Intenté mostrarme cortés y cercano.
         -No…aquí es donde me siento mejor. – Dijo deslizando suavemente sus dedos bajo la palma de mi mano, apretando levemente.
         -Como tú quieras.- Dije algo incómodo, cosa que no tardó mucho en pasárseme…
         Es difícil expresar lo que sentí en aquel momento. Hay cosas que resultan inexplicables para una mente racional y cuadriculada como la mía. Pero aquel escalofrío… me inundó de imágenes, sonidos e incluso de aromas el cerebro a una velocidad que apenas alcanzaba a procesar. ¿Que era? ¿Un sueño?...
         …Ella acariciaba con ternura la foto de una niña, mientras le susurraba palabras indescriptiblemente cariñosas, mientras sus ojos temblaban llenos de lágrimas a punto de partir. De repente, la niña alargó su mano y, agarrándose a ella, consiguió abandonar la cárcel del portarretratos.
         Ambas comenzaron a caminar. Era su hermana, o eso me pareció, porque le llamaba “Tata”, y la sonreía constantemente. Ella miró hacia atrás al oír gritos, y tirando de su hermanita, ambas comenzaron a correr hacia la casa de sus tías en busca de refugio. Unos hombres las perseguían.
         -¿Quiénes sois? Dejadnos tranquilas –Gritaba ella casi sin aliento, asustada, sin siquiera girarse. No recibió respuesta.
         Aquellos hombres estuvieron tan cerca de atraparlas, que incluso ella luchó por su vida para proteger a su “pequeña”, quien parecía el objetivo de sus perseguidores.
         Finalmente lograron llegar a casa de sus tías.
         Su aspecto era diferente…El tiempo había pasado por aquel lugar. La casa aparecía ante sus ojos, vieja y desconchada. El pequeño parque cercano mostraba árboles agostados, cansados, sin fuerza. Sus hojas yacían inertes cubriendo, en parte, un césped descuidado.
         Consiguieron entrar, pero ya era tarde. Aquellos hombres estaban dentro inexplicablemente.
         Ella retiró a su hermana, y se puso delante, en actitud protectora.
         -Quiénes sois y que queréis de nosotras. –Dijo con voz firme, decidida y segura, intentando tranquilizar a la niña y a sus tías con su proceder.
         -Somos los “constructores del destino”. Una de vosotras tendrá que venir con nosotros. –Dijo con voz ronca uno de aquellos hombres, señalando hacia ella y la “pequeña”
         -Iré yo…, pero debéis prometerme cumplir con la obligación que tengo impuesta, cuidar de ella y de mis tías. –Dijo dando un paso hacia delante
         -No tata, no…no me dejes… -Gritó la niña aferrándose a sus piernas
         -De acuerdo…Nos parece justo, vendrás con nosotros, nos encargaremos de ellas. -Respondió aquel hombre
         Ella se volvió y se agachó, agarrando a su hermanita cariñosamente por los hombros.
         -Escucha…Estarás bien. Yo soy mayor que tú. Debo ir. Ellos han prometido cuidaros a las tres. Estaréis seguras.  Tengo que acompañarles. A veces las cosas no son tan sencillas. No podemos elegir nuestro destino mi niña.
         -Pero, ¿volverás…?
         -Te lo prometo. –Dijo con la incertidumbre de quizá no poder cumplir aquella promesa
         Ambas se abrazaron y se dedicaron una cálida despedida. Después, ella salió de la casa acompañada de aquellos hombres.
         Los “constructores de destinos” recorrían el universo reconstruyendo ciudades devastadas, y para eso la querían a ella. Ciudad tras ciudad, ella trabajó sin descanso, durante no se sabe el tiempo. Hasta que un día los “constructores de destinos” consideraron que ella había cumplido con su cometido.
         Aquella mañana, tras descansar toda la noche después de una agotador día de trabajo reconstruyendo una ciudad más, una ciudad cuyo nombre no recordaría, despertó apoyada en un viejo y vetusto árbol, frente a la casa de sus tías. Su hermana jugaba frente a ella…y la vio.
         -Tataaaaaaaaa.- Gritaba sonriendo, mientras corría a su encuentro.
         Ambas se fundieron en un abrazo largamente deseado, sincero y eterno. De nuevo estaban juntas…
         …Ella soltó mi mano.
         -No puedo explicar lo que he sentido. Pero tú…
         Ella me sonrió…sin decir una palabra. Comprendí todo el sufrimiento que pasaba por al mente de aquella mujer. Había visto a través de aquellos ojos; había visto lo que se escondía detrás de aquella mirada huidiza, tímida, triste y melancólica. Ella me había hecho participe de un sueño, su sueño.
         Ahora fui yo el que cogió su mano, y la sujete entre las mías.
         -Se fue…pero permanecerá para siempre en tus sueños y en tus recuerdos. Deberás aprender a despertarte con la tristeza de la realidad; deberás aprender a vivir con ese vacío que nunca se llenará; deberás construir poco a poco un nuevo destino, como lo hacías con las ciudades en tu sueño.
         Ella me miraba, mientras unas lágrimas fluían irremediablemente de sus ojos.
         -La echo tanto de menos…-Me dijo
         -Lo sé…
          Me acerqué sin soltarle la mano, la rodeé con mi brazo y la atraje hacia mí, hasta que su cabeza se apoyó en mi pecho, dejándome impregnado del aroma de su pelo.
         El silencio de las olas del mar se convirtió en nuestro compañero. Poco a poco su respiración se hizo más lenta, constante y cadenciosa, hasta que se durmió. Mientras acariciaba su pelo, alborotado por el viento…le susurré al oído…
         -Sueña pequeña, sueña. Yo estaré, aquí, en este banco, esperándote si lo necesitas, acompañándote “Más allá de los sueños”.

          Dedicado a Gara, alma creadora de este blog. En cierto modo este es un “relato compartido” más”
          Todo mi cariño…Luis.