Hay días en los que es mejor no levantarse; debió de pensar Eli ayer cuando nada más llegar al supermercado se encontró con la sorpresa de que era día de ofertas. Tocaba cambiar todos los cartelitos y había que hacerlo antes de que llegaran las marujas a comprar. El encargado le mandó hacerlo junto a Antonio; él se los pasaba mientras ella, subida a la escalerilla, los colgaba en el lugar adecuado. Le gustaba el modo en que Antonio la protegía; era muy tierno ver cómo él tenía el impulso de sujetarla cuando estaba sobre las escaleras, pero su timidez no se lo permitía. Era un chico muy especial y no se explicaba cómo seguía sin novia; habían hablado en bastantes ocasiones sobre temas sentimentales durante los desayunos, en los que de un modo u otro siempre terminaban coincidiendo. Ella le había contado algunas de sus ilusiones y todas sus decepciones; en cambio él era más reservado, casi nunca hablaba sobre sí mismo, solía hacerlo en referencia a cosas que le habían pasado a amigos y conocidos suyos.
- Eli, nosotros…somos amigos ¿verdad? – Preguntó Antonio mientras miraba al suelo para no enfrentar la mirada de Eli.
- ¡Claro hombre! – Respondió ella sin dudarlo un instante.
- ¡Gracias!
- ¿A qué ha venido esa pregunta? – Preguntó Eli.
- No sé; supongo que por nada en especial; tan sólo…Bueno, me preguntaba que si somos amigos…- Se quedó callado vencido por la timidez.
- ¡Continua hombre de Dios! – Dijo Eli al terminar de colgar el último cartel.
- Eso, que si somos amigos; los amigos no sólo se ven en el trabajo. Quedan para tomar una cerveza; para ir al cine; para pasear por la playa mientras se cuentan sus cosas…
- Cuando quieras quedamos para esas cosas; eres mi mimosín favorito. – Dijo ella con todo el cariño del mundo y una gran sonrisa.
- Lo que no imaginaba Eli era que Antonio, cada vez que ella lo llamaba su mejor amigo, mimosín, o cosas similares, recibía una punzada en el estómago. Lo que nunca supo es que cuando él le hablaba de quedar y hacer todas esas cosas, en realidad pensaba en pasar el mayor tiempo posible cuidándola; en estar junto a ella hicieran lo que hicieran; en compartir una vida juntos y en contarle a sus nietos, que a buen seguro saldrían tan tímidos como él, cómo consiguió conquistar a su abuela, a la mujer de sus sueños.
El amor es muy duro; pensamos que nos encontramos en un tiovivo en el que no dejamos de dar vueltas en torno al ser amado; pero nos engañamos, en realidad damos esas vueltas en una noria, en un continuo subir y bajar en el que tan pronto nos encontramos eufóricos como sumidos en la más grande depresión; y ya se sabe, de la noria siempre nos apeamos por abajo.
Cuando tras terminar la jornada laboral vuelve cada uno a su casa Antonio piensa que casi se ha declarado; que ha dado un paso muy importante para conseguir enamorar a Eli; se siente valiente e ilusionado pues ella le ha dicho que sí sin dudarlo, pero por otra parte no puede olvidar que volvió a llamarlo su mimosín preferido. Ella por su parte, piensa en el amor en abstracto; en lo bonito que sería poder hacer esas cosas que le ha propuesto su mimosín con alguien que la quisiera y no con un amigo. Se pone las zapatillas de estar en casa y enciende el ordenador mientras se quita el uniforme. Abre el Messenger; él no está conectado. Abre la página del facebook y se encuentra una canción que ha publicado su amiga Claudia, titulada “Cómo te va mi amor” y la canta un tal Hernaldo Zúñiga. Le da al play más que nada por curiosidad y se encuentra a un cantante que llena todo un escenario tan sólo con su voz y su guitarra; vestido con vaqueros y una camiseta sudada de color gris; el cabello algo largo y una cara marcada con las arrugas que otorga una vida intensa; su voz es potente y suena segura de sí misma y tras entonar la primera frase de la canción: “Qué sorpresas da la vida…” voces de chicas lo interrumpen llenas de admiración. Pone al volumen de los altavoces al máximo y se mete en la ducha. Abre el agua para que empiece a salir caliente; regula la temperatura y entra en la bañera. Comparte con dos estudiantes el piso y adora esos momentos antes de que ellas lleguen de las clases, para disfrutar de la soledad y de sus pensamientos más íntimos. Deja que el agua empape su cabello y siente cómo se desliza el calor del líquido elemento por cada poro de su cuerpo. La canción habla de un hombre que se encuentra por casualidad con una mujer con la que vivió un amor y a la que dejó escapar; nada más verla, se da cuenta de que vuelven esos sentimientos que él pensaba olvidados y reconoce que se equivocó al pensar que era un tema del pasado; nunca fue capaz de volver a enamorarse y habla del miedo a terminar sólo. La escucha dos y tres veces porque le llega a lo más hondo de su ser y porque ha hecho que se acuerde de Miguel; el chico con el que salía antes de irse del pueblo y con el que prefirió cortar cuando marchó a Madrid en busca de nuevos horizontes. Termina de ponerse el pijama y enciende el televisor mientras saca una tartera con menestra de verduras salteadas con gambas; la mete en el microondas y cuando se sienta en el comedor para cenar ve una noticia que llama su atención: han encontrado unos restos humanos del neolítico y lo más llamativo de la noticia son las imágenes de dichos restos; pues muestran a una pareja a la que han enterrado abrazados entre sí frente a frente.
Eli cierra los ojos y no puede evitar que una lágrima se deslice por su mejilla pensando que un amor así es lo que ella sueña cada noche. Un amor en el que se sienta reina de un reino perdido, princesa de un cuento inacabado, sirena de un mar en calma. Aparta la lágrima con el dorso de la mano, mientras se acerca a la mesa del ordenador con el plato humeante con su cena.
No le gusta cenar sola, odia cenar sola, y se ha acostumbrado a servirse su ración y dar cuenta de ella frente a la pantalla, mientras conversa con Antonio, que siempre que se conecta a Messenger le hace la misma pregunta: ¿qué tal ha cenado hoy la princesa? Se sorprende de ver que él sigue sin estar en línea, y comienza a mover el tenedor nerviosa por el plato revolviendo la comida sin ser consciente de lo que hace. De pronto se sobresalta al advertir que una ventanita salta en la parte derecha de la pantalla y sonríe, ¡aquí estás! piensa.
-¿Qué tal ha cenado hoy la princesa?
Eli suelta el tenedor y no puede evitar contestar algo distinto a su habitual “bien, muy bien”.
-Empezaba a pensar que hoy no querías hablar conmigo.
Antonio, al otro lado del ciber espacio, se maldice por enésima vez por no tener en la tienda el mismo valor que demuestra escudado detrás de la pantalla.
Eli no sabe que con quien está hablando ahora es su compañero de tienda, ese que agacha la mirada cuando ella se le enfrenta para pedirle que le pase los carteles de los precios o para cogerle un bolígrafo. Para ella éste Antonio es alguien sin rostro pero que le hace sentirse bien, alguien a quien espera cada noche mientras cena, ese hombre que le hace soñar con viajes mágicos a través de las estrellas. Sonríe al pensar que se conocieron en un foro de jardinería del que le había hablado su compañero de trabajo, y donde ella entró un día preguntando la mejor temporada para podar sus rosales amarillos. Roble32 fue el único que se molestó en contestar a una recién llegada y gracias a sus consejos, esa primavera sus rosas florecieron todavía más hermosas. Habían intercambiado sus direcciones de correo y sin darse cuenta llevaban casi un año hablando a diario, compartiendo penas y alegrías, poniendo sus vidas en las manos del otro a través del teclado.
Sentía algo extraño cada vez que él se retrasaba en aparecer, y hubiera dado lo que fuera por conocerle, por poder sentarse delante de un café y mantener esas largas charlas que les robaban hasta horas de sueño. Sin embargo Antonio le había ido dando excusas a lo largo del tiempo para no verse.
Eli había llegado a pensar que él, siendo tan maravilloso, tendría novia y por eso no quería verla. Sin embargo cada noche la montaba en una estela blanca y la paseaba por paraísos desconocidos, acompañándola y susurrándole al oído todo aquello que ella siempre soñó con escuchar de los labios de un hombre.
Antonio descargaba sus sentimientos por ella, daba rienda suelta a todo lo que durante el día, mientras la tenía cerca, no se atrevía. Se maldecía por ser tan cobarde, por no atreverse a dar ese paso minúsculo que le separaba de ella, pero es que verla en persona, tenerla al lado, impregnarse de ese aroma que ella emanaba, le paralizaba.
Estuvo toda la noche dándole vueltas a las últimas frases que se habían intercambiado antes de irse a dormir:
-Si pudiera sentir que eres real sería la mujer más feliz del mundo.
-¿Por qué dices eso?
-Porque me gustaría que nos tomásemos un café, poder mirarme en tus ojos y que me dijeras lo mismo que siempre me dices aquí.
-Algún día, no te preocupes.
-Sí, Antonio, algún día, pero siento que la vida es demasiado corta.
Esa última frase de ella le había estremecido el alma, tanto que no le dejó dormir. Cuando sonó el despertador fue como si una manada de elefantes le pasara por encima. Por primera vez no tenía ganas de levantarse y llegar al supermercado para verla. Tal vez porque sabía que hoy era el primer día del resto de sus vidas y eso le asustaba.
-Buenos días Antonio, tienes mala cara.
-No he dormido bien, anoche me dolía la cabeza.
-Pues venga, espabílate que hay que sacar las cajas del almacén para ir colocando las ofertas de la entrada.
Antonio tragó saliva y la siguió hasta el almacén, donde el día anterior habían dejado la mercancía que entró a última hora. Las manos le sudaban y se las iba secando compulsivamente en la parte de atrás de sus vaqueros. Vio a Eli alejarse hasta el otro extremo y sintió que era el momento, que era su hora, notó que no podía esperar más...
-¿Qué tal cenó anoche la princesa? -Se sorprendió al notar su voz clara y firme, sin titubeos.
Eli se quedó paralizada. Se había agachado a recoger algo que había caído por descuido y se levantó lentamente como si su cuerpo pesara sobremanera. Se quedó de espaldas a él, como una estatua de sal, como si la vida hubiera huido de su cuerpo. Pero reaccionó de inmediato girándose y quedando frente a aquella voz que tantas veces había imaginado y que ahora cobraba forma.
-¿Tú?
-Eli, siento no haberte dicho antes la verdad, que yo era con quien hablabas cada noche, pero tenía miedo de que se rompiera la magia y que no volvieras a regalarme esos momentos que compartía contigo.
Ella no respondió, no dijo nada, tan solo se acercó a él y agarrándose a su cuerpo buscó sus labios. Quedaron abrazados, frente a frente, igual que aquellos restos del neolítico que hacía unas horas ella había contemplado por televisión.
Joselop44&Hadaluna